El Amanecer pasó una mañana cerca de una flor y escuchó pronunciar su nombre por tres gotas cristalinas.
Se aproximó y, posándose en el corazón de la flor, preguntó cariñoso:
– ¿Qué deseáis de mí, gotas brillantes?
– Que vengas a decidir una cuestión, dijo la primera.
– Somos tres gotas diferentes, reunidas aquí.
– Queremos que nos digas cuál de nosotras tiene vale más. Cual es la más pura.
– Acepto -dijo el Amanecer-.
– Habla tú, gota brillante.
Y la primera gota trémula habló así:
– Yo vengo de las altas nubes; soy hija de los grandes mares; nací en el ancho océano. Después de recorrer mil borrascas, una nube me absorbió. Fui a las alturas, donde brillan las estrellas, y de allí, rodando entre rayos, caí en la flor en la que descanso ahora. Yo represento al océano.
– Muy bien. Ahora habla tú, gota brillante, dijo el Amanecer a la segunda gota.
– Yo soy el rocío que tiembla sobre los lirios; soy hermana de la Luna; soy fruto de las tinieblas que se forman en cuanto llega la noche. Yo represento la atmósfera de la mañana.
– ¿Y tú? Preguntó el Alba a la más pequeña.
– Yo, yo nada valgo.
– Habla: ¿de donde vienes? replicó el Amanecer.
– De los ojos de una madre. Soy una lágrima.
El Alba, sobrecogida, añadió:
– Ésta es la de más valor, es la más pura.
Las otras gotas replicaron:
– ¡Pero yo fui océano!
– ¡Y Yo atmósfera!
Sí, trémulas gotas; pero ésta fue corazón.
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