Como cada mañana, un monje paseaba alrededor de un precioso lago, disfrutando de todo aquello que surge cuando se silencian los pensamientos.
De pronto, observó como, en el agua, un pequeño escorpión se estaba ahogando tratando de alcanzar la orilla.
Sin pensarlo, el monje se acercó, alargó su brazo y lo cogió para salvarle la vida.
En ese mismo instante el escorpión le picó en la mano. Como reacción al dolor, el monje lo soltó; y el animal cayó de nuevo al agua.
Al momento, el monje observó como el escorpión intentaba, sin éxito, llegar de nuevo a la orilla. Se acercó, y alargó otra vez el brazo para intentar salvarlo. Pero el escorpión le picó de nuevo, cayendo otra vez al agua.
Por el sendero, se acercó un campesino que había estado observado toda la escena, y dirigiéndose al monje, le dijo:
– No entiendo por qué intentas salvar a ese escorpión desagradecido. ¿No comprendes que está en su naturaleza picarte?
– Sí, claro que lo comprendo -Dijo el monje-.
Y acto seguido, se puso a buscar una rama, tratando de encontrar la forma de auxiliarlo.
Cuando encontró una rama lo suficientemente larga, se acercó con sigilo al escorpión, y finalmente lo sacó del agua.
Entonces, el monje se dirigió de nuevo al campesino, y le dijo:
Entiendo que en su naturaleza esté el picarme. Y lo comprendo, porque también en mi naturaleza está salvarlo.
Mi propósito en la vida es hacer el bien, con independencia de los obstáculos que se presenten.
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