Hace ya mucho, mucho tiempo, en un reino muy lejano, había un rey cuyo poder y riqueza eran tan enormes como profunda era la tristeza que cada día le acompañaba.
Llego un momento en que, viéndose incapaz de encontrar la felicidad, anunció que entregaría la mitad de su reino a quien consiguiera quitarle esa angustia que a todas horas le acompañaba.
A partir de ese momento, los consejeros de la corte comenzaron a buscar la cura para el sufrimiento de su majestad. Trajeron a los sabios más prestigiosos, a los magos más famosos y a los mejores curanderos. Pero todo fue inútil. Nadie sabía cómo devolverle la felicidad a un rey que lo tenía todo.
Finalmente, pasadas muchas semanas, apareció en la corte un viejo sabio, que les dijo:
– Si encontráis en todo el reino a un hombre completamente feliz, podréis curar al rey. Tenéis que encontrar a alguien que tenga todo lo que necesita, que en su día a día se sienta satisfecho, que tenga siempre una sonrisa en su rostro… Y cuando lo halléis, pedidle sus zapatos y traedlos a palacio. Una vez aquí decidle al rey que camine un día entero con esos zapatos y os aseguro que a la mañana siguiente se habrá curado.
Todos los consejeros comenzaron la búsqueda de ese hombre feliz. Pero algo que, en un principio, parecía sencillo, resultó no serlo tanto: pues el que era rico, estaba enfermo; el que tenía buena salud, era pobre; el que estaba sano y a su vez era rico, se lamentaba de su mala relación de pareja, o del comportamiento de sus hijos.
Finalmente, se dieron cuenta de que a todos les faltaba algo para ser totalmente felices.
Tras muchos días, llegó un mensajero a palacio para anunciar que, al fin, habían encontrado a un hombre completamente feliz. Era un humilde campesino que vivía en una de las zonas más alejadas del reino, una de las zonas con menos recursos. El rey recuperó la alegría por un momento y ordenó ir a buscar los zapatos de aquel campesino. Les dijo que a cambio le dieran cualquier cosa que pidiera.
Tras una semana de viaje, los mensajeros volvieron, y se presentaron ante el rey.
– Majestad, tenemos una buena noticia y una mala. La buena es que hemos encontrado al hombre, y en verdad que es completamente feliz. Le estuvimos observando y vimos la ilusión en sus ojos en cada actividad que realizaba. Hablamos con él y nos recibió con una amplia sonrisa, con la alegría reflejada en sus ojos.
– ¿Y la mala? -respondió el rey impaciente.
– Que no tenía zapatos.
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