Un leñador muy joven y fuerte solicitó empleo en una empresa maderera de la zona.
Como vieron que podría desempeñar muy bien su trabajo, lo contrataron enseguida, e incluso le ofrecieron un sueldo muy por encima de lo habitual.
El joven leñador estaba decidido a esforzarse y dar lo mejor de sí mismo.
En la empresa, le dieron un hacha y lo llevaron a un lugar en el bosque donde se quedaría trabajando.
En su primer día, el leñador taló 18 árboles, dejando a su jefe muy impresionado.
– ¡Buen trabajo! ¡Sigue Así! -le dijo al final del día.
Muy motivado, el leñador se presentó el segundo día de trabajo todavía más entusiasmo Para su sorpresa, ese día sólo taló 15 árboles.
Al tercer día llegó decidido a recuperar lo que no pudo conseguir el día anterior, y trabajó aún más fuerte, pero sólo consiguió talar 10 árboles. No lo podía entender.
Y cada día que pasaba, a pesar de poner todo su empeño y esfuerzo, talaba cada vez menos y menos árboles.
– Debo de estar perdiendo mi fuerza, pensó. Y decidió ir a disculparse con su jefe, y contarle lo que le estaba sucediendo.
Y el jefe le preguntó:
– ¿Cuándo fue la última vez que afilaste tu hacha?
– ¿Afilar el hacha? -respondió el leñador-. No he tenido tiempo para afilar el hacha, he estado muy ocupado talando árboles.
Reflexión: en ocasiones, la solución no reside únicamente en echarle ganas y esfuerzo, sino en saber cuando hacer una pausa y afilar el hacha. De ese modo podrás renovar tu energía, para así poder seguir talando árboles.
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